Recuerdo que en una de las charlas que dio el obstetra Michel Odent* en Chile, este desarrolló la idea de que el momento del nacimiento es determinante para la emocionalidad, incluso para la capacidad de amar, que desarrollará a futuro ese recién nacido y, por lo tanto, la sociedad que construimos. Sus argumentos vienen de la investigación científica y de su larga experiencia en la atención de partos, y me pareció entonces una conclusión desoladora. Pedí la palabra y planteé mi inquietud. Dije que a mí y a mi bebé, al igual que a cientos de miles de madres en Chile, y seguramente a millones de madres en el mundo, se nos había negado la posibilidad de tener un parto libre y respetado, que nos habían violentado y quitado nuestros bebés de los brazos; y que entonces qué nos quedaba a nosotras, a nuestros hijos, que perdimos ese momento determinante. ¿Cómo reparar?
No sé si mi pregunta no se entendió o si yo no entendí la respuesta, pero creo que dijo algo como que no estamos acá para tratar casos particulares, sino que hablamos del futuro del nacer, que es también el futuro de la humanidad, pero que de todas formas existen los mecanismos culturales de la crianza, o algo así. La pregunta me ha seguido rondando, y aún no encuentro una respuesta. No es posible que seamos una especie de generación perdida.
Hace pocos días asistí a un encuentro de redes contra la violencia obstétrica**, donde participé en un conversatorio sobre activismo. Una joven madre contó una experiencia muy dolorosa. Ella estuvo todo su embarazo decidida a tener un parto natural y en casa, y defendió con uñas y dientes su decisión y su derecho. Pocas semanas antes de llegar a término, sufrió un grave problema de salud que la obligó a aceptar una cesárea de emergencia para que ella y su bebé vivieran. Cuenta el dolor y la impotencia que le produjo esto, la frustración y la culpa que sintió, como si estuviera defraudando a su bebé, a ella misma y a todos a quienes comunicó fervientemente su convicción. Aun se emocionaba al relatar su experiencia.
Más recientemente leí algo que me pareció el colmo de la irresponsabilidad. Un sitio web español publicaba un breve artículo, "Formas de nacimiento: relación emocional", donde entregaba "una lista de las formas de nacer y los condicionamientos para un posible futuro". Según su autor/a, una persona nacida por cesárea tendría "dificultades para terminar las cosas"; a quienes nacen por forceps "no les gusta sentirse controlados", y quienes pasaron por la incubadora "se sienten aislados y solos"... (siguiendo su reflexión, me pregunto si acaso esta persona nació prematuramente y por lo tanto "se apura en sacar conclusiones..."). Estas y otras asociaciones pseudológicas dichas con total ligereza son casi caricaturescas, pero lamentablemente reflejan la facilidad con que se instala un sentido común reduccionista y determinista que puede llegar a este tipo de burdas síntesis.
Creo que además de luchar por recuperar el parto natural, también es urgente hacer una búsqueda y reconocimiento de aquellas prácticas con las que madre e hijo cultivan tempranamente el amor y la ternura: los gestos, los sonidos, los juegos -diferentes según las diversas culturas y diversas madres e hijos- con los que reconstruimos lazos y recuperamos el tiempo perdido. En el contexto de violencia obstétrica en que hoy la mayoría parimos/nacemos, estas son prácticas de resistencia. Y esto es crianza rebelde.
* Sobre Michel Odent, en Ecología del Nacer.
** Primer Encuentro Nacional de Redes por el Parto Respetado, 29 de noviembre de 2014.