Esta semana se dio a conocer en Chile la campaña de la ONG Comunidad Mujer "Las niñas
pueden", en la idea de atacar los estereotipos infantiles a través de juguetes y juegos, que luego determinan roles sociales y
carreras profesionales de las mujeres, y que en definitiva siguen consolidando
la inequidad de género. La campaña se centra en las
niñas y yo como madre
de un niño me pregunté, ¿cómo afecta esta discriminación a los pequeños hombres? Por Danae Prado C.
Sabemos que la cultura de inequidad de género
se ve sustentada por diversos elementos culturales. La educación y los medios de comunicación
( cine, televisión y publicidad ) cumplen un rol determinante en la reproducción de la cultura de inequidad de género,
machismo y violencia hacia la mujer. Mucho se teoriza de estos ámbitos, pero poco hablamos de algo en lo que nuestros hijos
centran su vida: jugar.
Como madre – comunista y
feminista- de un niño de 4 años, esta situación hace rato me hace ruido, ya que, tal como dijo la actriz Emma
Watson en su ya famoso discurso ante ONU mujeres HeForShe, he visto que los
hombres también son víctimas de la cultura de discriminación
de género.
Esta cultura se expresa de manera brutal en la infancia de nuestros
pequeños, ya que en esta etapa aún
hay pocos tapujos sociales para discriminar. Cada día
se comprende y es aceptado por una sociedad machista el que los hombres sean
parte activa en la crianza de sus hijos o que se preocupen del físico sin ser catalogados de homosexuales
como forma despectiva. Pero ante el juego de nuestros niños y niñas, incluso el más progresista arruga la nariz cuando ve a un niño jugando con una muñeca o que no le
guste
el fútbol.
Mi hijo hace un tiempo tuvo un muñeco
que él definió como su hijo. Así, Elmo era mudado,
dado de mamadera, paseado y hecho dormir por mi hijo. Un día alguien pregunto qué onda el juego y se le dijo: es su hijo. Nuevamente el interlocutor
no puedo evitar fruncir la nariz.
Si las niñas pueden jugar con pelotas, lego, herramientas y autos, ¿por qué
aún no es natural incluso en mentes de supuesta “avanzada”, que los niños jueguen con muñecas, tazas y otros
juegos tradicionalmente femeninos?
No estoy diciendo que se obligue a jugar con uno u otro juguete,
sino que se entreguen todas las posibilidades a los niños y niñas y estos no
asuman en base a estándares sociales qué juegos es más apropiado para ellos o ellas.
Lamentablemente, esta cultura está muy arraigada y muchas veces no nos damos cuenta cuando estamos
reproduciendo estos roles predeterminados para cada género. Un día mi hijo llegó a casa con una
bolsa en la que venían los manteles que usan en el jardín.
"Mamá, la tía me dijo que tú tienes que lavar
esto", mire la bolsa y efectivamente tenía
un texto: mamita, por favor lavar
manteles de los niños.
Cada semana esa bolsa llega a una casa y un niño o niña lleva a su madre ese mensaje de su educadora: la mamá debe lavar la ropa. Mi respuesta fue
devolver los manteles limpios, más allá de que los haya lavado yo o mi compañero,
y con una palabra más en el texto de la bolsa: o
papito.
¿Cuál es la importancia de reparar estas acciones? Un artículo del Banco Interamericano de
Desarrollo, afirma que “la manera en que se
socializa a los niños” afecta su autoestima en la adultez y
explican “se espera que las
niñas sean modestas y
tranquilas, y que los niños asuman riesgos,
sean fuertes y controlen sus emociones. A esto se suma el papel clave que
juegan instituciones, mercados y
experiencias de vida a la hora de favorecer o restringir la capacidad de
las mujeres para controlar sus vidas, tanto dentro como fuera del hogar”
Así, al enseñar a las mujeres menores que no es femenino jugar a deportes y a
niños que no está
bien jugar con muñecas,
lo que estamos haciendo es imponer y reproducir una cultura que socialmente
sabemos que está mal.
Siguiendo los ejemplos cercanos, un día
se convocó
a que los niños
y niñas fueran disfrazados como quisieran. Una pequeña llego vestida de Hombre Araña.
Las narices arrugadas aparecieron en las madres presentes. Los niños y niñas en cambio
recibieron con efusión a su compañera.
El camino de asumir una crianza rebelde
tiene que ver esencialmente con esto: con mirar nuestras propias narices frente
a los estructos culturales en los que nos hemos educado y ser capaces de
fruncir menos y aceptar más, para avanzar en
seres humanos que no reproduzcan la centenaria inequidad de género.
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