martes, 29 de abril de 2014

En el centro de la vía láctea



“...Parece que siempre hubiera que corregir a la naturaleza, corregir una mala práctica (mala costumbre, mala crianza, vicio, maña, ignorancia...) nuestra o de nuestro bebé. Se nos exige seguir al pie de la letra un estricto control externo de algo tan íntimo como la lactancia, donde confluyen instintos, amor y cultura.”  Por Consuelo Hayden

domingo, 27 de abril de 2014

Ser o no ser / Por Nuni Calzascortas.


"(...)Que tu hijo/a duerma en otra habitación, que vaya a la guardería, que tome biberón o que se lo quede, su padre martes y jueves por la tarde, no son sino descansos y subterfugios: tu vida ya no es tuya, aunque hayas conseguido tener dos horas libres diarias. Pero, hay pocas cosas tan bonitas como despertarse con tu enana hecha una bola en tus brazos, hacerle cosquillas cuando quiere jugar o verla bailando The Ramones como si no hubiera mañana... No hace falta que me robe la independencia, ya se la regalo yo.(...)". Por Nuni Calzascortas.

jueves, 24 de abril de 2014

Madres inmigrantes. Nuestr@s hij@s tienen su propio origen.


La maternidad en el “exilio” te hace más fuerte, pero más vulnerable al momento de criar, ya no tienes tribu. Tienes que empezar a construir afectos y confianzas que te ayuden a sostener y sostenerte. Por Fernanda Romo Ayala.


miércoles, 16 de abril de 2014

Mi primer año de madre por dos.


"Y todo los supuestos errores que dije no volver a cometer como mamá, los repetí. Todas las supuestas cosas ya sabidas me volvían a sorprender. Todo lo que ya me había emocionado, me volvió a conmover.". Por Millaray Neira A.

martes, 15 de abril de 2014

Valparaíso: L@s niñ@s y la recuperación.



Nuestra ciudad sigue ardiendo, el fuego se ensaña con los porteñ@s.  Devoró sus casas, sus recuerdos y su patrimonio. No contento con eso, sigue amenazando a miles de familias en un ir y venir de angustia y desesperación.

Tod@s l@s que estamos atados a ese puerto que enamora, conocemos a alguna persona o familia que lo ha perdido todo. Volver a levantar a Valparaíso y a su gente es una tarea colectiva, y es necesario reconstruir desde la honestidad, el sentido común, el amor y el respeto.

martes, 8 de abril de 2014

También parimos desde el cerebro.


 Entonces, sí la oxitocina es la estrella para que un parto fluya naturalmente y no convive con la adrenalina. ¿Por qué los partos hospitalarios son tan adrenalínicos?, por Fernanda Romo Ayala.

miércoles, 2 de abril de 2014

Expropiación. Parte II



“…Durante todo ese tiempo y los minutos que siguieron al corte, la matrona gritaba. ¡Me gritaba a mí! Aparte de que me perturbaba su voz –no dejaba concentrarme–, me parecía ofensivo, agresivo, absurdo que se pusiera cual entrenador de futbol a gritar instrucciones al borde de la cancha…” 
Por Consuelo Hayden

Esta fotografía es de pocos minutos después de que mi guagua (así llamamos a los bebés en algunos países andinos) naciera. Es una clásica imagen de parto, pero, no sé... ¿me están entregando al bebé?, ¿me lo están quitando? Ahora no puedo decirlo, ambas cosas sucedieron, así suelen ser los partos “naturales” en las clínicas chilenas: muy confusos, realmente no se sabe si es la madre la que está pariendo.

Cuando ingresé al pabellón de maternidad pensé “esto es demasiado...” Era un espacio muy amplio, blanco y gris, en cuyo centro se encontraba un enorme y complicado aparato ginecológico, mitad camilla-mitad silla, donde evidentemente yo tendría que montarme y pujar. Me pusieron acostada, piernas arriba. Pedí estar sentada, y me habrán hecho caso en unos 40°, lo que a la matrona le pareció mal, y a mí me dejó en una situación donde sentía que resbalaría hasta el suelo en cualquier momento, pues el aparato era más camilla que silla.

El doctor y la matrona tomaron posición en primera fila y bajaron las luces, tal como yo lo había solicitado, pero acto seguido encendieron un gran foco apuntando hacia mi pelvis. Acaso cuando diseñaron este sistema se preguntaron “¿cuál sería la peor forma de parir/nacer?, ¿cuántas generaciones se necesitan para que las mujeres olviden cómo parir y se vean obligadas a acudir a nosotros?, ¿cuánto es lo máximo que podríamos cobrar por este suplicio?” Lo estoy viviendo, pero me parece ciencia ficción, mi propia silueta es obscura y los rostros de los doctores brillan muy cerca de mi cuerpo, entre mis piernas observan, meten sus narices y sus manos, fruncen el cejo. Se escucha fuerte por los parlantes el corazón de mi bebé. Mi pareja está a mi lado, no lo veo, pero toma mi mano, nervioso.

Yo estaba atenta a las contracciones, a mi respiración y a cualquier instrucción o comentario que pareciera importante. “Viene con la nariz para arriba”, “trae una mano en la cara, el cordón umbilical al rededor” “Esto viene complicado, Consuelo, vas a tener que pujar muy fuerte cuando nosotros te digamos”, “No podemos esperar más, los latidos del corazón del bebé están bajando”, “tenemos que hacer episiotomía, lo siento Consuelito...” Con esas frases siempre van a obtener la colaboración (entrega absoluta, autosacrificio a ojos cerrados) de la madre. Lo que más nos importa en ese momento es que el bebé nazca vivo y sano. “¡Bisturí...!”

Durante todo ese tiempo y los minutos que siguieron al corte, la matrona gritaba. ¡Me gritaba a mí! Aparte de que me perturbaba su voz –no dejaba concentrarme–, me parecía ofensivo, agresivo, absurdo que se pusiera cual entrenador de futbol a gritar instrucciones al borde de la cancha. Yo respiraba como había practicado y como sentía que mi cuerpo me lo pedía, eso me daba seguridad. Pero para ella no, todo estaba mal: “¡No respires así!, ¡eso no te sirve de nada ahora!”,“¡Empuja ahora, AHORA!, ¡más fuerte! ¡MÁS FUERTE!" Yo trataba de borrarla de mi mente, concentrarme en mi guagua, mi cuerpo, pero ella mandaba “¡Abre los ojos, mírame, mírame, concéntrate acá!” Está loca. Más tarde pensé lo mucho que me habría gustado sacar una pierna del ridículo aparato y propinarle una buena patada y un “¡usted cállese!”, eso habría sido suficiente para eliminarla de la escena. Pero yo permanecía en una obstinada calma, creo que no emití más sonido que el de mi intensa respiración. No estaba dispuesta a entrar en su show hiperventilado, neurótico.

Pujando y pujando, entre gritos de la matrona y del doctor, en pocos minutos mi bebé asomó su cabeza y luego sus hombros; el resto del cuerpo resbaló fácilmente fuera del útero. El doctor lo agarró, lo dejó rápidamente sobre mi vientre y se puso a tratar de detener mi abundante sangre; inmediatamente puse las manos sobre mi guagua, afirmándola; era enorme, su cuerpo estaba muy caliente, mojado y desprendía vapor. El doctor había dejado al bebé mirando hacia él, yo no veía más que su silueta obscura recortada contra la luz del foco, pero me parecía maravilloso que ya estuviera aquí afuera ¡lo estaba tocando y aún estábamos conectados por el cordón umbilical! parecía una visión... Luego de unos instantes, otra mujer, quizás una enfermera, lo tomó y lo llevó a un costado de la habitación, donde mi pichichen (en mapudungun, pequeño niño amado) comenzó a llorar: desnudo y recién parido fue pesado, medido, vacunado, etc. etc., todas esas cosas que solo un doctor podría considerar urgentes, más importantes que un largo abrazo entre un recién nacido y su mamá. Tuve que contentarme con que mi pareja lo acompañara. Después de ese ritual médico, lo envolvieron en pañales de tela y lo pusieron sobre mi pecho, el momento luminoso, cósmicamente infinito, en que nos miramos a los ojos por primera vez...  ES HERMOSO... LO AMO... ninguna otra idea o sentimiento se presentó... YO SOY TU MAMÁ... TE AMO... gracias, gracias, gracias...

Ahora se lo iban a llevar a otra parte, pues en esta clínica la humanidad no daba para que madre e hijo permanecieran juntos, sino hasta un par de horas después del parto, pero yo había insistido tanto en que no me lo quitaran, que el doctor le pidió a la enfermera que lo dejara mientras él cosía la episiotomía. Habrán sido 20 minutos, no sé exactamente, en que pude abrazar y mirar a mi guagua. Pero terminó, la  enfermera lo tomó y se lo llevó como si nada, como si fuera lo mejor que se podía hacer por ese bebé en ese momento.

Yo quedé unos minutos sola en ese raro lugar, hasta que un hombre me llevó en otra camilla a la sala de recuperación. Ahí se me acabó el estoicismo. Se trataba de una sala con muchas camillas, una al lado de otra, donde yacían muchas madres en diversas condiciones. Encontré que todas parecían haber pasado por algo peor que mi parto, pero quizás yo también me veía así, con la dignidad y el cuerpo medio atropellado. Ninguna tenía a su bebé, habían pasado quizás cuántas horas de esfuerzo, desgarrado su cuerpo y su corazón, y no podían tener a su hijo en brazos. Se escuchaba, proveniente de alguna sala cercana, muchas guaguas llorando, todas al mismo tiempo, ¿cuántas serán?, ¿cuál es la mía?, ¿por qué nos hacen pasar por esto? es totalmente innecesario, es totalmente inhumano. Esta situación debe haber durado más de una hora. A cada rato venían a medirme ya no sé qué cosa, y yo lo único que quería era salir de ahí, tomar a mi guagua y llevármela a mi casa.

Cuando alrededor de las doce de la noche me llevaron a la que sería mi habitación compartida por tres días, me encontré nuevamente sola, sin mamá, sin pareja, sin guagua. Estuve muy nerviosa, se demoraron bastante en traer a mi bebé, y cuando finalmente llegó, fue en una cuna-carro, acompañado de dos mujeres. “Buenas noches, soy la matrona de turno, vengo a darle explicaciones por las heridas de su hijo...” Sentí que me desvanecía, miedo, mareo, me bajó la presión... pero se trataba de unos rasguños en la cabeza, nada más, “su hijo está bien, y de hecho viene con mucha hambre”. La matrona literalmente me lo enchufó en la teta y él se puso a mamar desesperado. Al día siguiente, supe que las heridas fueron causadas por la matrona que atendió mi parto, cuando decidió romper el saco amniótico con una pequeña herramienta cortante. 

Yo estaba confundida, nada era como pensaba, todavía no me reponía del pánico y mi guagua ya estaba mamando, sin que yo hubiera alcanzado a pensar ni sentir nada. Yo tenía demasiada hambre, no comía hace muchísimas horas. Para él debió haber sido igual, supongo: obscuridad, luz, llorar, llorar, hasta que de repente, no sabe cómo, el pecho de su mamá, había que beber lo más posible.

Este relato es tan común como los hospitales, tan cotidiano como nacer, miles y miles de mujeres lo viven todos los días. No es que yo tuviera “mala suerte”.  Como toda fábrica, el proceso se despersonaliza totalmente, se deshumaniza, se convierte en una serie de pasos cumplidos con una técnica impecable, implacable. Cuando lo volvemos a mirar desde el amor, desde la ternura que somos capaces de sentir por y entregar a nuestros hijos/as, aparece en primer plano la brutalidad del parir/nacer bajo ese régimen. ¿Por qué no denunciamos? Porque, después de todo lo que pasamos, que nos entreguen al bebé vivo y sano parece un milagro que se agradece infinitamente; porque durante los primeros meses de crianza apenas hay tiempo para tomar una ducha, mucho menos para entablar una demanda; porque es lo que se ha instalado como normalidad, y hasta las mujeres que nos rodean nos dirán “estupendo parto”. Pero basta, tenemos que aprender que el parir/nacer con amor y en libertad es nuestro derecho, es vida y salud de verdad. 

Por Consuelo Hayden

martes, 1 de abril de 2014

No somos "supermujeres"






"...A veces siento que debemos vivir demostrando y que como superchicas debemos combatir a los 'malos' que están más cerca de lo que quisiéramos, porque para compatibilizar la vida laboral, familiar y personal hace falta mucho más que 'organización' y el superpoder de hacer 'dos cosas a la vez'..."  
Por Fernanda Romo Ayala.
                                                                                                         

Mientras merodeo por mi casa, mis pensamientos se multiplican proporcionalmente a la cantidad de juguetes que logro sacar debajo del sofá. Pienso en esta columna y en qué me gustaría como mujer –madre leer en las redes sociales, puesto que ya estoy un poco cansada de ver tips de belleza posparto y listas interminables sobre cómo ser mejor madre y / o amante. Sigo pensando, pero aterrizo en lo práctico: hoy quiero escribir mi columna, lo demás tendrá que esperar y me aplico el refrán a la inversa: “deja para mañana, lo que no puedes hacer hoy” (de un tiempo a esta parte ese es mi mantra).

Aún no identifico quién o quiénes  diseminaron la idea de que las mujeres debemos “estar en todo” o casi todo (pendiente queda la columna de mujeres en el poder).

Con motivo del día de la mujer, en un taller de empoderamiento femenino al que asistí,  analizamos el trabajo de la fotógrafa Cristina García Rodero y a continuación nos preguntaron cómo sería la fotografía que representa a la mujer hoy en día. Unánimemente las respuestas apuntaban a una mujer sola frente al mundo, tratando de cumplir con todas las obligaciones que el peso de la cultura y la sociedad nos han puesto sobre los hombros, o mejor dicho, dentro de nuestras cabezas.

Podría enumerar cuáles son esas “obligaciones”, pero no hace falta, las tenemos de sobra conocidas, ¿por qué nadie en esos geniales artículos genera una lista de “10 cosas que no importan y que puedes dejar para mañana” o “20 cosas que otro  puede hacer por ti”?.

A veces siento que debemos vivir demostrando y  que como superchicas debemos combatir a los “malos” que están más cerca de lo que quisiéramos, porque para compatibilizar la vida laboral, familiar y personal  hace falta mucho más que  “organización” y el superpoder de hacer “dos cosas a la vez”  , necesitamos un cambio social y que el Estado le ponga el “cascabel al gato”,  con leyes que regulen la conciliación familiar y la flexibilidad, para que las que elegimos ser madre, trabajadora y  mujer, logremos realizarlo sin tener que sacrificar ninguna de las facetas.
Mientras eso acontece, nosotras  debemos cambiar el mensaje, ser conscientes de que para ser felices debemos elegir y no dejarnos exigir. No seguir reproduciendo este nefasto discurso entre nuestros hijxs para que se siga perpetuando por generaciones y dentro de nuestro círculo de pareja, familia y amigos, plantear  que no tenemos que hacer todo a la perfección, que somos mortales y que vamos dando lo mejor de nosotras en lo que más nos apasione.

No somos supermujeres, aunque tengamos superpoderes y seamos superpoderosas, nunca me  he creído una indispensable “heroína” y pocas veces he experimentado la culpa y el agobio que a muchas les produce no poder “cumplir con todo”, no obstante,todas queremos hacer bien las cosas y si no lo logramos …poder vivir tranquilas. Creo que la clave está en establecer nuestras intimas  prioridades de en dónde queremos ser las mejores.