La Comadre Invitada de esta semana, Raquel Ollino, escribe en esta columna sobre el parto en casa, afirmando que no tiene nada que ver con una moda sino más bien con el retorno a las raíces y un aporte a una mejor sociedad.
La
idea es cuestionar el discurso de una cultura contra-hegemónica, permitirnos sentir que no
nos parece tan armónico ni es tan fácil aceptar los ritmos y los tiempos del
espacio en el que habitamos. Cuestionar y hallar un marco referencial
metafísico a las señales y síntomas presentes en el desarrollo de un sujeto en
constante búsqueda de las claves y los códigos que definirán la urdimbre y la
trama que nos entrelaza y nos hace un ser con identidad (como derecho inherente
al ser humano) diverso, único e irrepetible; reconocido con un valor propio. Convoco a revisar cómo nos construimos como seres humanos paridos y lanzados al
mundo una vez en la vida.
Parir
en casa, lejos de ser una moda, es un paso concreto para contribuir de forma y
de fondo con la resistencia a una cultura homogénea alienante. No es moda, como
han querido hacernos creer, porque ciertamente quien quiere parir reivindicando
sus instintos, no requiere pagar dos millones de pesos, ni asegurar traer el
hospital a la casa. Por lo demás, las elites en Chile probablemente no
necesitan parir en casa, pues no están amenazadas por la violencia obstétrica,
ya que la medicina está a su servicio, porque es bien pagada.
La
idea es cuestionar, encontrar las claves que nos permitan entender el porqué de
nuestras conductas, enfermedades, de nuestro bienestar y nuestro malestar. Para
conocernos y así poner en marcha una forma de sanación emocional, haciendo un
aporte a una sociedad más feliz y por consecuencia menos violenta.
Busquemos,
indaguemos como investigadores y arquitectos de nuestra historia, cómo fuimos
paridos, cómo parieron nuestras abuelas, qué se entendía como señal de algo
bueno o algo malo. Démosle la oportunidad a nuestra historia de develar la línea sabia que nos construye;
no somos hijos de la nada ni aparecimos de la explosión de una estrella, a pesar
de lo bello que eso suena. Al hacerlo hay que tener cuidado con los
estereotipos, existe la tendencia, un tanto impuesta, a comprender las
manifestaciones del cuerpo como anomalías por un lado, o como
señales separadas e inconexas de la situación en la cual se transita,
como si lo que nos sucede fuera siempre causa del azar o de influencias
externas. Si bien esto nos libera de cualquier responsabilidad, al mismo tiempo
nos esclaviza a soluciones externas, como medicamentos, médicos, terapias, etc.
Cuidado
con lo que nos han hecho creer, al otorgarle
independencia y carácter superficial a cada “señal”, carente completamente de
significado, no nos queda otra que depender de terceros para existir y
sobrevivir. El fin no es promocionar una idea de individuo auto-existente, o
auto-valente, que se puede auto-medicar o encerrar en una burbuja, es justo
siempre hacer un equilibrio, pero el problema se suscita cuando dependemos en
su totalidad a servicios pagos, anulando por completo nuestras intuiciones y nuestra
sabiduría ancestral.
Vinculando
la idea con el proceso de parto, cuando una madre “tarda” o “no deja” asomar la
cabeza del bebé, se podría considerar que la circunstancia requiere de intervención
externa para lograr el “objetivo final”. Son frases escuchadas reiteradamente
en las salas de parto: “no dilatas”, “no tiene la fuerza necesaria”, “no es el
suficiente esfuerzo”, “eres angosta de caderas”, “no sabes hacerlo”; frases
utilizadas tanto por médicos como auxiliares o funcionarios hospitalarios de
asistencia de parto, como argumentos
para invalidar a la madre bajo criterios funcionales a un nacimiento dentro de
márgenes de tiempo de inmediatez con fines económicos, por supuesto que
permitan agilizar un nacimiento como si fuera parte de un ritmo
industrializado, “mientras antes sale una, antes empezamos con la próxima”.
Esta
violencia tan comúnmente hablada y comentada en salas de espera, salas de parto
común, reuniones familiares, círculos de mujeres, a pesar de estar tan
claramente identificada, no es visibilizada. De hecho, es posible que nunca
hayamos oído decir algo así de parte de nuestro médico ginecólogo obstetra o
matrona, pues ellos prefieren decir: “Nosotros nos regimos por el protocolo del hospital, todo por el bien
del niño, tú puedes hacer lo que quieras pero si se nos prende la luz roja,
debemos actuar por el bien del bebé”.
Cómo si uno quisiera ver morir a su hijo.
Pero
bajo estas “buenas intenciones”, en realidad se busca justificar la presencia y
dependencia de un profesional, que lejos de estar para acompañar, lo que
hace es agilizar, más bien apresurar, mecanizar, desnaturalizar y, por ende,
complejizar un proceso que a su tiempo no requiere de intervención alguna. Más
grave aún, valida la invisibilización de la violencia obstétrica, manifestada
en la primera forma de tortura ejercida sobre una persona, sobre un recién nacido.
La
medicina científica se moviliza y se argumenta desde el plano funcional,
coartando las posibilidades de manifestación de significados. Teniendo relación
esta reflexión con la negación de la posibilidad de interpretación que tenemos,
en relación a los diferentes momentos que se presentan en el parto, como en la
vida.
Es
importante así tener en consideración nuevamente las ideas de diferentes
pensadores, como lo es la idea de Hugo Zemelman (2002), epistemólogo y
latinoamericanista, de que el estado de desarrollo del sujeto en constante búsqueda de respuestas, es un derecho
inherente al ser humano, condición humana es la construcción de una identidad a
partir de la existencia.
Esto
se complementa con lo que para Hanna Arendt se refiere al derecho a movilizar el universo con un nacimiento,
es decir, cada nuevo ser abre y potencia involuntariamente las posibilidades de
paradigmas, universos, vidas, experiencias. Compartiendo así también la idea de
Gisella, abuela inmigrante italiana entrevistada en La Herradura, Neuquén
Patagonia Argentina, quien a los 82 años reflexiona, con mucha sabiduría que a
pesar de ser la misma madre, cada nacimiento es único e irrepetible.
Diversidad
como manifestación de un derecho humano, como carácter humano. ¿Qué nos hace
comunes? La posibilidad de que todos somos completamente diferentes. Diversidad
y armonía dentro de un proceso natural de ser gestado y gestarse como ser a la
vida. ¿Cómo hacerlo en ambientes hostiles? ¿Cómo crecer en armonía en ambientes
violentos? Cómo sentirse seguro y amado si
viniendo de la tibieza se nos expone al frío. Si las luces tenues y
amables ahora son luces blancas pálidas y penetrantes. Si los sonidos suaves y
conocidos ahora son estridentes y completamente nuevos.
Bajo
la dominación actual de la cultura económica impuesta, para alcanzar significado,
identidad en ambientes diversos y respetuosos de naturaleza heterogénea,
debemos permitirnos cuestionar cada uno de los elementos, conceptos, símbolos y
estructuras influenciadas por corrientes hegemónicas destructoras y
depredadoras de indígenas. Y cuando me refiero a indígenas no hablo a la idea
estereotipada de pueblos originarios o a la característica de ser minoría
étnica, sino al peso y el valor de la palabra indígena, ser gestado y pertenecer a un territorio
determinado. Territorio que se ha hecho invisible, pues con el tiempo cada vez
se disminuye el espacio concreto para nuestra existencia, como si fuéramos
habitantes de un planeta imaginario, de una ciudad donde la vereda no es
nuestra, las calles no sirven para expresarnos, donde en las escuelas no se
permite preguntar, ni opinar, donde en los hospitales no nos pueden visitar
nuestros seres queridos ni mucho menos hacer lo que creemos necesario para
sanarnos o para parirnos. El ser indígena del territorio que nos invocó a esta
vida: nuestra familia y nuestra historia.
A
través del Blog De madre a comadre invito al deber que tenemos como madres de
crianzas respetuosas y conscientes a echar mano a la sangre que brota entre
nuestras piernas como si esa fuese nuestra tierra originaria y permitirnos sin
temor a dudar y cuestionar todo y cada uno de los significados ocultos en las
señales que nos dio aquel acontecimiento que nos parió a esta vida, el día en
que nacimos, el parto de nuestra madre, tías, abuelas y si se puede y quiere
cada mes que nacemos con la luna.
Ahora
queda la pregunta, ¿podremos ser más felices y menos violentos como sociedad si
reconocemos hasta donde llegan nuestras raíces? ¿Podremos ser más felices si
nos identificamos como diferentes, sin la necesidad de competir por ser todos
mejores o iguales al estereotipo de sujeto impuesto por el mercado?
Me parece un excelente artículo que cuestiona qué es lo "natural"... porque ya pasamos a naturalizar el nacimiento con un médico al lado... y es cierto que, si ese médico pertenece a una obra social costosa, todo pareciera salir mejor... Muchas mujeres dan a luz en los hospitales donde hay MUCHO maltrato y esto también se naturalizó... Hay que trabajar los miedos (muchas veces incentivados) aceptando que el parto es algo natural de la mujer, pero también hablando de aquéllos que son difíciles y qué alternativas hay en estos últimos casos.
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