jueves, 14 de agosto de 2014

Parir en casa: un camino hacia la salud emocional y construcción de una sociedad más feliz y menos violenta.


La Comadre Invitada de esta semana, Raquel Ollino, escribe en esta columna sobre el parto en casa, afirmando que no tiene nada que ver con una moda sino más bien con el retorno a las raíces y un aporte a una mejor sociedad. 

Mi invitación es a identificar quienes somos, quienes son nuestra red, nuestra familia, cuales son nuestros conocimientos ancestrales y apropiarnos de nuestra sabiduría. Hacer el ejercicio de reconocer donde se encuentran nuestras raíces y mejor aún comenzar a sentir el aroma sabroso y placentero de la tierra que ellas recorren¿Cómo hacerlo?  Cuestionando todo. 

La idea es cuestionar el discurso de una cultura contra-hegemónica, permitirnos sentir que no nos parece tan armónico ni es tan fácil aceptar los ritmos y los tiempos del espacio en el que habitamos. Cuestionar y hallar un marco referencial metafísico a las señales y síntomas presentes en el desarrollo de un sujeto en constante búsqueda de las claves y los códigos que definirán la urdimbre y la trama que nos entrelaza y nos hace un ser con identidad (como derecho inherente al ser humano) diverso, único e irrepetible; reconocido con un valor propio. Convoco a revisar cómo nos construimos como seres humanos paridos y lanzados al mundo una vez en la vida.

Parir en casa, lejos de ser una moda, es un paso concreto para contribuir de forma y de fondo con la resistencia a una cultura homogénea alienante. No es moda, como han querido hacernos creer, porque ciertamente quien quiere parir reivindicando sus instintos, no requiere pagar dos millones de pesos, ni asegurar traer el hospital a la casa. Por lo demás, las elites en Chile probablemente no necesitan parir en casa, pues no están amenazadas por la violencia obstétrica, ya que la medicina está a su servicio, porque es bien pagada.

La idea es cuestionar, encontrar las claves que nos permitan entender el porqué de nuestras conductas, enfermedades, de nuestro bienestar y nuestro malestar. Para conocernos y así poner en marcha una forma de sanación emocional, haciendo un aporte a una sociedad más feliz y por consecuencia menos violenta.

Busquemos, indaguemos como investigadores y arquitectos de nuestra historia, cómo fuimos paridos, cómo parieron nuestras abuelas, qué se entendía como señal de algo bueno o algo malo. Démosle la oportunidad a nuestra historia  de develar la línea sabia que nos construye; no somos hijos de la nada ni aparecimos de la explosión de una estrella, a pesar de lo bello que eso suena. Al hacerlo hay que tener cuidado con los estereotipos, existe la tendencia, un tanto impuesta, a comprender las manifestaciones del cuerpo como anomalías por un lado,   o como  señales separadas e inconexas de la situación en la cual se transita, como si lo que nos sucede fuera siempre causa del azar o de influencias externas. Si bien esto nos libera de cualquier responsabilidad, al mismo tiempo nos esclaviza a soluciones externas, como medicamentos, médicos, terapias, etc.

Cuidado con lo que nos han hecho creer,  al otorgarle independencia y carácter superficial a cada “señal”, carente completamente de significado, no nos queda otra que depender de terceros para existir y sobrevivir. El fin no es promocionar una idea de individuo auto-existente, o auto-valente, que se puede auto-medicar o encerrar en una burbuja, es justo siempre hacer un equilibrio, pero el problema se suscita cuando dependemos en su totalidad a servicios pagos, anulando por completo nuestras intuiciones y nuestra sabiduría ancestral.

Vinculando la idea con el proceso de parto, cuando una madre “tarda” o “no deja” asomar la cabeza del bebé, se podría considerar que la circunstancia requiere de intervención externa para lograr el “objetivo final”. Son frases escuchadas reiteradamente en las salas de parto: “no dilatas”, “no tiene la fuerza necesaria”, “no es el suficiente esfuerzo”, “eres angosta de caderas”, “no sabes hacerlo”; frases utilizadas tanto por médicos como auxiliares o funcionarios hospitalarios de asistencia de parto,  como argumentos para invalidar a la madre bajo criterios funcionales a un nacimiento dentro de márgenes de tiempo de inmediatez con fines económicos, por supuesto que permitan agilizar un nacimiento como si fuera parte de un ritmo industrializado, “mientras antes sale una, antes empezamos con la próxima”.

Esta violencia tan comúnmente hablada y comentada en salas de espera, salas de parto común, reuniones familiares, círculos de mujeres, a pesar de estar tan claramente identificada, no es visibilizada. De hecho, es posible que nunca hayamos oído decir algo así de parte de nuestro médico ginecólogo obstetra o matrona, pues ellos prefieren decir: “Nosotros nos regimos por el protocolo del hospital, todo por el bien del niño, tú puedes hacer lo que quieras pero si se nos prende la luz roja, debemos actuar por el bien del bebé”.  Cómo si uno quisiera ver morir a su hijo.

Pero bajo estas “buenas intenciones”, en realidad se busca justificar la presencia y dependencia de un profesional, que lejos de estar para acompañar, lo que hace es agilizar, más bien apresurar, mecanizar, desnaturalizar y, por ende, complejizar un proceso que a su tiempo no requiere de intervención alguna. Más grave aún, valida la invisibilización de la violencia obstétrica, manifestada en la primera forma de tortura ejercida sobre una persona,  sobre un recién nacido. 

La medicina científica se moviliza y se argumenta desde el plano funcional, coartando las posibilidades de manifestación de significados. Teniendo relación esta reflexión con la negación de la posibilidad de interpretación que tenemos, en relación a los diferentes momentos que se presentan en el parto, como en la vida.

Es importante así tener en consideración nuevamente las ideas de diferentes pensadores, como lo es la idea de Hugo Zemelman (2002), epistemólogo y latinoamericanista, de que el estado de desarrollo del sujeto  en constante búsqueda de respuestas, es un derecho inherente al ser humano, condición humana es la construcción de una identidad a partir de la existencia.

Esto se complementa con lo que para Hanna Arendt se refiere al  derecho a movilizar el universo con un nacimiento, es decir, cada nuevo ser abre y potencia involuntariamente las posibilidades de paradigmas, universos, vidas, experiencias. Compartiendo así también la idea de Gisella, abuela inmigrante italiana entrevistada en La Herradura, Neuquén Patagonia Argentina, quien a los 82 años reflexiona, con mucha sabiduría que a pesar de ser la misma madre, cada nacimiento es único e irrepetible.

Diversidad como manifestación de un derecho humano, como carácter humano. ¿Qué nos hace comunes? La posibilidad de que todos somos completamente diferentes. Diversidad y armonía dentro de un proceso natural de ser gestado y gestarse como ser a la vida. ¿Cómo hacerlo en ambientes hostiles? ¿Cómo crecer en armonía en ambientes violentos? Cómo sentirse seguro y amado si  viniendo de la tibieza se nos expone al frío. Si las luces tenues y amables ahora son luces blancas pálidas y penetrantes. Si los sonidos suaves y conocidos ahora son estridentes y completamente nuevos.

Bajo la dominación actual de la cultura económica impuesta, para alcanzar significado, identidad en ambientes diversos y respetuosos de naturaleza heterogénea, debemos permitirnos cuestionar cada uno de los elementos, conceptos, símbolos y estructuras influenciadas por corrientes hegemónicas destructoras y depredadoras de indígenas. Y cuando me refiero a indígenas no hablo a la idea estereotipada de pueblos originarios o a la característica de ser minoría étnica, sino al peso y el valor de la palabra indígena, ser  gestado y pertenecer a un territorio determinado. Territorio que se ha hecho invisible, pues con el tiempo cada vez se disminuye el espacio concreto para nuestra existencia, como si fuéramos habitantes de un planeta imaginario, de una ciudad donde la vereda no es nuestra, las calles no sirven para expresarnos, donde en las escuelas no se permite preguntar, ni opinar, donde en los hospitales no nos pueden visitar nuestros seres queridos ni mucho menos hacer lo que creemos necesario para sanarnos o para parirnos. El ser indígena del territorio que nos invocó a esta vida: nuestra familia y nuestra historia.

A través del Blog De madre a comadre invito al deber que tenemos como madres de crianzas respetuosas y conscientes a echar mano a la sangre que brota entre nuestras piernas como si esa fuese nuestra tierra originaria y permitirnos sin temor a dudar y cuestionar todo y cada uno de los significados ocultos en las señales que nos dio aquel acontecimiento que nos parió a esta vida, el día en que nacimos, el parto de nuestra madre, tías, abuelas y si se puede y quiere cada mes que nacemos con la luna.

Ahora queda la pregunta, ¿podremos ser más felices y menos violentos como sociedad si reconocemos hasta donde llegan nuestras raíces? ¿Podremos ser más felices si nos identificamos como diferentes, sin la necesidad de competir por ser todos mejores o iguales al estereotipo de sujeto impuesto por el mercado?


Parir en casa no es una moda, es más bien un intento por cambiar la llegada a este mundo.

1 comentario:

  1. Me parece un excelente artículo que cuestiona qué es lo "natural"... porque ya pasamos a naturalizar el nacimiento con un médico al lado... y es cierto que, si ese médico pertenece a una obra social costosa, todo pareciera salir mejor... Muchas mujeres dan a luz en los hospitales donde hay MUCHO maltrato y esto también se naturalizó... Hay que trabajar los miedos (muchas veces incentivados) aceptando que el parto es algo natural de la mujer, pero también hablando de aquéllos que son difíciles y qué alternativas hay en estos últimos casos.

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