domingo, 27 de abril de 2014

Ser o no ser / Por Nuni Calzascortas.


"(...)Que tu hijo/a duerma en otra habitación, que vaya a la guardería, que tome biberón o que se lo quede, su padre martes y jueves por la tarde, no son sino descansos y subterfugios: tu vida ya no es tuya, aunque hayas conseguido tener dos horas libres diarias. Pero, hay pocas cosas tan bonitas como despertarse con tu enana hecha una bola en tus brazos, hacerle cosquillas cuando quiere jugar o verla bailando The Ramones como si no hubiera mañana... No hace falta que me robe la independencia, ya se la regalo yo.(...)". Por Nuni Calzascortas.




Hay cosas que, aunque nos avisen, nos seguirán sorprendiendo. La maternidad está llena de ellas. Hoy he estado pensando en eso mucho, por necesidad.
Para una persona que lleva tatuada la frase "I'm ready to grow young again"(“ahora puedo volver a ser joven”), convertirse en madre de pantalon nike estrecho, zapatillas rosas, buen gusto social y estadías en el Delicatessen local para tomar un descafeinado, es una idea tan absurda que ni lo intentaría. No pienso empezar a escuchar música clásica y tengo que confesar que no sé ni una nana (canción de cuna). A mi hija le tengo que cantar The Smiths, The Beatles y blues porque es lo único que sé de memoria (el “Boom Boom” de John Lee Hooker le parece divertidísimo).

La maternidad no te debería (ni podría) quitar nunca tus peculiaridades personales. Ni se me van los tatuajes, ni me crece el pelo al estilo “Princesa Leticia”. Pero sí afecta a la praxis. Aunque una se resista, o ni siquiera se dé cuenta, es muy tarde para echar marcha atrás.

Pongamos por ejemplo el "complejo de esquiadora". Las que no sabemos esquiar pero aun así nos permitimos ir a esquiar, sabemos que no es buena idea tirarse por una pista negra (para esquiadores experimentados). Es evidente que una se va a caer pero, con un poco de suerte, será sobre nieve virgen, que no hace daño; o quizás es por un acantilado y te rompes la mitad de los huesos, pero, en un ejercicio de optimismo, decidimos que la diversión de la pista bien vale la caída. O quizás no. Pero no queremos quedarnos en la pista verde (fácil), la negra tiene mucho más atractivo, quizás porque guarda más incógnitas.
Gente con este complejo hay mucha. A algunos nos ha ido muy bien –pese a varios golpes–, a otros no tanto. Los hay que lo intentaron una vez y no les salió como esperaban, por eso se dedican a complacer las expectativas de los demás, llevando una vida tan segura como predecible. Como diría Rosendo Mercado, son “Maneras de vivir”. Bebemos hasta el final de la botella, fumamos hasta el bajón (siempre!) amamos sin medida ni filtro, nos vamos a países desconocidos, aceptamos trabajos imposibles. No nos preocupa vivir sin dinero y nos peleamos sin miedo. Es una mezcla entre tomar riesgos, medirse y practicar una cierta agilidad vital.

Y entonces, papá pone una semillita dentro de mamá y nace un precioso cachorro de humano, que sin palabras, sin chantajes, sin razonamiento alguno, te clava en el corazón el antídoto para el complejo de esquiadora. Ya no.

No es que perdamos la identidad, es que perdemos la sola responsabilidad sobre nuestros actos. La independencia se convierte en una falacia. 

Que tu hijo/a duerma en otra habitación, que vaya a la guardería, que tome biberón o que se lo quede, su padre martes y jueves por la tarde, no son sino descansos y subterfugios: tu vida ya no es tuya, aunque hayas conseguido tener dos horas libres diarias.

Pero como en todo deporte de contacto –y la maternidad lo es–, si viene hacia nosotros algo que no podemos parar, lo mejor es recibirlo, darle la bienvenida y aprovecharlo.

Hay pocas cosas tan bonitas como despertarse con tu enana hecha una bola en tus brazos, hacerle cosquillas cuando quiere jugar o verla bailando The Ramones como si no hubiera mañana.

... No hace falta que me robe la independencia, ya se la regalo yo.


2 comentarios:

  1. Totalmente d acuerdo Nuni. Me ha encantado tu forma de expresarlo. Gracias ;)

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