miércoles, 2 de abril de 2014

Expropiación. Parte II



“…Durante todo ese tiempo y los minutos que siguieron al corte, la matrona gritaba. ¡Me gritaba a mí! Aparte de que me perturbaba su voz –no dejaba concentrarme–, me parecía ofensivo, agresivo, absurdo que se pusiera cual entrenador de futbol a gritar instrucciones al borde de la cancha…” 
Por Consuelo Hayden

Esta fotografía es de pocos minutos después de que mi guagua (así llamamos a los bebés en algunos países andinos) naciera. Es una clásica imagen de parto, pero, no sé... ¿me están entregando al bebé?, ¿me lo están quitando? Ahora no puedo decirlo, ambas cosas sucedieron, así suelen ser los partos “naturales” en las clínicas chilenas: muy confusos, realmente no se sabe si es la madre la que está pariendo.

Cuando ingresé al pabellón de maternidad pensé “esto es demasiado...” Era un espacio muy amplio, blanco y gris, en cuyo centro se encontraba un enorme y complicado aparato ginecológico, mitad camilla-mitad silla, donde evidentemente yo tendría que montarme y pujar. Me pusieron acostada, piernas arriba. Pedí estar sentada, y me habrán hecho caso en unos 40°, lo que a la matrona le pareció mal, y a mí me dejó en una situación donde sentía que resbalaría hasta el suelo en cualquier momento, pues el aparato era más camilla que silla.

El doctor y la matrona tomaron posición en primera fila y bajaron las luces, tal como yo lo había solicitado, pero acto seguido encendieron un gran foco apuntando hacia mi pelvis. Acaso cuando diseñaron este sistema se preguntaron “¿cuál sería la peor forma de parir/nacer?, ¿cuántas generaciones se necesitan para que las mujeres olviden cómo parir y se vean obligadas a acudir a nosotros?, ¿cuánto es lo máximo que podríamos cobrar por este suplicio?” Lo estoy viviendo, pero me parece ciencia ficción, mi propia silueta es obscura y los rostros de los doctores brillan muy cerca de mi cuerpo, entre mis piernas observan, meten sus narices y sus manos, fruncen el cejo. Se escucha fuerte por los parlantes el corazón de mi bebé. Mi pareja está a mi lado, no lo veo, pero toma mi mano, nervioso.

Yo estaba atenta a las contracciones, a mi respiración y a cualquier instrucción o comentario que pareciera importante. “Viene con la nariz para arriba”, “trae una mano en la cara, el cordón umbilical al rededor” “Esto viene complicado, Consuelo, vas a tener que pujar muy fuerte cuando nosotros te digamos”, “No podemos esperar más, los latidos del corazón del bebé están bajando”, “tenemos que hacer episiotomía, lo siento Consuelito...” Con esas frases siempre van a obtener la colaboración (entrega absoluta, autosacrificio a ojos cerrados) de la madre. Lo que más nos importa en ese momento es que el bebé nazca vivo y sano. “¡Bisturí...!”

Durante todo ese tiempo y los minutos que siguieron al corte, la matrona gritaba. ¡Me gritaba a mí! Aparte de que me perturbaba su voz –no dejaba concentrarme–, me parecía ofensivo, agresivo, absurdo que se pusiera cual entrenador de futbol a gritar instrucciones al borde de la cancha. Yo respiraba como había practicado y como sentía que mi cuerpo me lo pedía, eso me daba seguridad. Pero para ella no, todo estaba mal: “¡No respires así!, ¡eso no te sirve de nada ahora!”,“¡Empuja ahora, AHORA!, ¡más fuerte! ¡MÁS FUERTE!" Yo trataba de borrarla de mi mente, concentrarme en mi guagua, mi cuerpo, pero ella mandaba “¡Abre los ojos, mírame, mírame, concéntrate acá!” Está loca. Más tarde pensé lo mucho que me habría gustado sacar una pierna del ridículo aparato y propinarle una buena patada y un “¡usted cállese!”, eso habría sido suficiente para eliminarla de la escena. Pero yo permanecía en una obstinada calma, creo que no emití más sonido que el de mi intensa respiración. No estaba dispuesta a entrar en su show hiperventilado, neurótico.

Pujando y pujando, entre gritos de la matrona y del doctor, en pocos minutos mi bebé asomó su cabeza y luego sus hombros; el resto del cuerpo resbaló fácilmente fuera del útero. El doctor lo agarró, lo dejó rápidamente sobre mi vientre y se puso a tratar de detener mi abundante sangre; inmediatamente puse las manos sobre mi guagua, afirmándola; era enorme, su cuerpo estaba muy caliente, mojado y desprendía vapor. El doctor había dejado al bebé mirando hacia él, yo no veía más que su silueta obscura recortada contra la luz del foco, pero me parecía maravilloso que ya estuviera aquí afuera ¡lo estaba tocando y aún estábamos conectados por el cordón umbilical! parecía una visión... Luego de unos instantes, otra mujer, quizás una enfermera, lo tomó y lo llevó a un costado de la habitación, donde mi pichichen (en mapudungun, pequeño niño amado) comenzó a llorar: desnudo y recién parido fue pesado, medido, vacunado, etc. etc., todas esas cosas que solo un doctor podría considerar urgentes, más importantes que un largo abrazo entre un recién nacido y su mamá. Tuve que contentarme con que mi pareja lo acompañara. Después de ese ritual médico, lo envolvieron en pañales de tela y lo pusieron sobre mi pecho, el momento luminoso, cósmicamente infinito, en que nos miramos a los ojos por primera vez...  ES HERMOSO... LO AMO... ninguna otra idea o sentimiento se presentó... YO SOY TU MAMÁ... TE AMO... gracias, gracias, gracias...

Ahora se lo iban a llevar a otra parte, pues en esta clínica la humanidad no daba para que madre e hijo permanecieran juntos, sino hasta un par de horas después del parto, pero yo había insistido tanto en que no me lo quitaran, que el doctor le pidió a la enfermera que lo dejara mientras él cosía la episiotomía. Habrán sido 20 minutos, no sé exactamente, en que pude abrazar y mirar a mi guagua. Pero terminó, la  enfermera lo tomó y se lo llevó como si nada, como si fuera lo mejor que se podía hacer por ese bebé en ese momento.

Yo quedé unos minutos sola en ese raro lugar, hasta que un hombre me llevó en otra camilla a la sala de recuperación. Ahí se me acabó el estoicismo. Se trataba de una sala con muchas camillas, una al lado de otra, donde yacían muchas madres en diversas condiciones. Encontré que todas parecían haber pasado por algo peor que mi parto, pero quizás yo también me veía así, con la dignidad y el cuerpo medio atropellado. Ninguna tenía a su bebé, habían pasado quizás cuántas horas de esfuerzo, desgarrado su cuerpo y su corazón, y no podían tener a su hijo en brazos. Se escuchaba, proveniente de alguna sala cercana, muchas guaguas llorando, todas al mismo tiempo, ¿cuántas serán?, ¿cuál es la mía?, ¿por qué nos hacen pasar por esto? es totalmente innecesario, es totalmente inhumano. Esta situación debe haber durado más de una hora. A cada rato venían a medirme ya no sé qué cosa, y yo lo único que quería era salir de ahí, tomar a mi guagua y llevármela a mi casa.

Cuando alrededor de las doce de la noche me llevaron a la que sería mi habitación compartida por tres días, me encontré nuevamente sola, sin mamá, sin pareja, sin guagua. Estuve muy nerviosa, se demoraron bastante en traer a mi bebé, y cuando finalmente llegó, fue en una cuna-carro, acompañado de dos mujeres. “Buenas noches, soy la matrona de turno, vengo a darle explicaciones por las heridas de su hijo...” Sentí que me desvanecía, miedo, mareo, me bajó la presión... pero se trataba de unos rasguños en la cabeza, nada más, “su hijo está bien, y de hecho viene con mucha hambre”. La matrona literalmente me lo enchufó en la teta y él se puso a mamar desesperado. Al día siguiente, supe que las heridas fueron causadas por la matrona que atendió mi parto, cuando decidió romper el saco amniótico con una pequeña herramienta cortante. 

Yo estaba confundida, nada era como pensaba, todavía no me reponía del pánico y mi guagua ya estaba mamando, sin que yo hubiera alcanzado a pensar ni sentir nada. Yo tenía demasiada hambre, no comía hace muchísimas horas. Para él debió haber sido igual, supongo: obscuridad, luz, llorar, llorar, hasta que de repente, no sabe cómo, el pecho de su mamá, había que beber lo más posible.

Este relato es tan común como los hospitales, tan cotidiano como nacer, miles y miles de mujeres lo viven todos los días. No es que yo tuviera “mala suerte”.  Como toda fábrica, el proceso se despersonaliza totalmente, se deshumaniza, se convierte en una serie de pasos cumplidos con una técnica impecable, implacable. Cuando lo volvemos a mirar desde el amor, desde la ternura que somos capaces de sentir por y entregar a nuestros hijos/as, aparece en primer plano la brutalidad del parir/nacer bajo ese régimen. ¿Por qué no denunciamos? Porque, después de todo lo que pasamos, que nos entreguen al bebé vivo y sano parece un milagro que se agradece infinitamente; porque durante los primeros meses de crianza apenas hay tiempo para tomar una ducha, mucho menos para entablar una demanda; porque es lo que se ha instalado como normalidad, y hasta las mujeres que nos rodean nos dirán “estupendo parto”. Pero basta, tenemos que aprender que el parir/nacer con amor y en libertad es nuestro derecho, es vida y salud de verdad. 

Por Consuelo Hayden

6 comentarios:

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  2. Tocaste completamente el sufrimiento más intimo y guardado que tenemos las madres, al menos para mi una de las penas y violaciones más grandes. Es mi bebe y no se me deja decidir sobre mi cuerpo sólo por que ellos estan apurados por cobrar sus cheques. Realmente lo que menos importa para ellos es la maternidad. Recuerdo bien en mi segundo parto cómo se me prohibio gritar... yo ocupaba mi grito como ultimo recurso despues de haber sido una y otra vez atropellada con tanto "tacto" recuerdo el dolor que sentia cuando daban vuelta a mi bebita y yo tratando de no pujar, por que te lo exigen cómo si una pudiese controlar eso... el bebe decide cuando salir, no los doctores o matronas que nos tratan como si estubiesemos siendo adobadas... es verdad esos pequeños instantes junto a nuestro bebe en el parto borra todo pero el truma que los doctores y matronas provocanes invorrable.

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  3. Tania, gracias por tu comentario, ¿cómo podemos sanar esta pena y violación? Para mí escribirlo ha sido un gran paso, y que otras mujeres, como tú, se identifiquen con el relato, me hace comprobar que es un malestar colectivo y que podemos unirnos para decir ¡basta de bisturí! ¡el parto es nuestro!

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  4. consuelo, me ha emocionado mucho tu relato. como sabes yo aún no he tenido hijxs, pero al menos unx me gustaría.
    ¿puedo tenerlo rodeada de ustedes en una casa bonita y tranquila?
    faltan dos meses para que nos encontremos y podamos hablar. te quiero

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  5. Lo importante es poder expresarlo y perdonarse a una misma y a su cuerpo. Concienciarse de lo sucedido es muy importante, desculpabilizarse también. Tampoco se trata de culpar a todo el sistema hospitalario, hace años ya funcionan así. Hay que hacer esta reflexión sobre lo que le sucedió a una para poder sembrar la semilla, que otras madres y futuras parturientas puedan informarse y saber la importancia de empoderarse del propio cuerpo, de los propios nacimientos.
    Creo que la propia sanación está en la información, en el conocimiento, en el compartir experiencias, el rodearse de personas que valoran y defienden la recuperación de un parto respetuoso con la guagua, con la madre, con sus cuerpos y sus tiempos, con sus sabidurías, sus naturalezas, su conjunción infinita.
    Yo tuve la suerte de poder sanar mi experiencia de parto con un segundo parto, natural y respetado, rodeado de amor, acompañamiento, sabiduría y fuerza de la naturaleza. Y sigo sanando compartiendo mi experiencia con otras mujeres, haciéndolas conscientes de su poder y magia al momento de parir, intentando sembrar más amor en este momento inolvidable para nuestras historias de mujer.

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    1. Gracias Stephanie. Cuando quieras puedes compartir tu experiencia o reflexiones en este blog. Pronto inauguraremos la sección "Co-Madre Invitada", para, como tu dices, seguir sembrando la semilla de empoderamiento...
      Saludos
      Consuelo

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