“…Durante todo ese tiempo y los minutos que siguieron
al corte, la matrona gritaba. ¡Me gritaba a mí! Aparte de que me perturbaba su
voz –no dejaba concentrarme–, me parecía ofensivo, agresivo, absurdo que se
pusiera cual entrenador de futbol a gritar instrucciones al borde de la
cancha…”
Por Consuelo Hayden.
Por Consuelo Hayden.
Cuando ingresé
al pabellón de maternidad pensé “esto es demasiado...” Era un espacio muy
amplio, blanco y gris, en cuyo centro se encontraba un enorme y complicado aparato
ginecológico, mitad camilla-mitad silla, donde evidentemente yo tendría que
montarme y pujar. Me pusieron acostada, piernas arriba. Pedí estar sentada, y me habrán hecho caso en unos 40°, lo que a la matrona le pareció mal,
y a mí me dejó en una situación donde sentía que resbalaría hasta el suelo en
cualquier momento, pues el aparato era más camilla que silla.
El doctor y la
matrona tomaron posición en primera fila y bajaron las luces, tal como yo lo había
solicitado, pero acto seguido encendieron un gran foco apuntando hacia mi
pelvis. Acaso cuando diseñaron este sistema se preguntaron “¿cuál sería la peor
forma de parir/nacer?, ¿cuántas generaciones se necesitan para que las mujeres
olviden cómo parir y se vean obligadas a acudir a nosotros?, ¿cuánto es lo
máximo que podríamos cobrar por este suplicio?” Lo estoy viviendo, pero me
parece ciencia ficción, mi propia silueta es obscura y los rostros de los
doctores brillan muy cerca de mi cuerpo, entre mis piernas observan, meten sus
narices y sus manos, fruncen el cejo. Se escucha fuerte por los parlantes el
corazón de mi bebé. Mi pareja está a mi lado, no lo veo, pero toma mi mano, nervioso.
Yo estaba atenta a las contracciones, a mi respiración y a cualquier instrucción o comentario que pareciera importante. “Viene con la nariz para arriba”, “trae una mano en la cara, el cordón umbilical al rededor” “Esto viene complicado, Consuelo, vas a tener que pujar muy fuerte cuando nosotros te digamos”, “No podemos esperar más, los latidos del corazón del bebé están bajando”, “tenemos que hacer episiotomía, lo siento Consuelito...” Con esas frases siempre van a obtener la colaboración (entrega absoluta, autosacrificio a ojos cerrados) de la madre. Lo que más nos importa en ese momento es que el bebé nazca vivo y sano. “¡Bisturí...!”
Durante todo
ese tiempo y los minutos que siguieron al corte, la matrona gritaba. ¡Me
gritaba a mí! Aparte de que me perturbaba su voz –no dejaba concentrarme–, me
parecía ofensivo, agresivo, absurdo que se pusiera cual entrenador de futbol a
gritar instrucciones al borde de la cancha. Yo respiraba como había practicado
y como sentía que mi cuerpo me lo pedía, eso me daba seguridad. Pero para ella
no, todo estaba mal: “¡No respires así!, ¡eso no te sirve de nada
ahora!”,“¡Empuja ahora, AHORA!, ¡más fuerte! ¡MÁS FUERTE!" Yo trataba de borrarla
de mi mente, concentrarme en mi guagua, mi cuerpo, pero ella mandaba “¡Abre los
ojos, mírame, mírame, concéntrate acá!” Está loca. Más tarde pensé lo mucho que
me habría gustado sacar una pierna del ridículo aparato y propinarle una buena
patada y un “¡usted cállese!”, eso habría sido suficiente para eliminarla de la
escena. Pero yo permanecía en una obstinada calma, creo que no emití más sonido
que el de mi intensa respiración. No estaba dispuesta a entrar en su show
hiperventilado, neurótico.
Pujando y
pujando, entre gritos de la matrona y del doctor, en pocos minutos mi bebé asomó
su cabeza y luego sus hombros; el resto del cuerpo resbaló fácilmente fuera del
útero. El doctor lo agarró, lo dejó rápidamente sobre mi vientre y se puso a
tratar de detener mi abundante sangre; inmediatamente puse las manos sobre mi
guagua, afirmándola; era enorme, su cuerpo estaba muy caliente, mojado y
desprendía vapor. El doctor había dejado al bebé mirando hacia él, yo no veía
más que su silueta obscura recortada contra la luz del foco, pero me parecía
maravilloso que ya estuviera aquí afuera ¡lo estaba tocando y aún estábamos
conectados por el cordón umbilical! parecía una visión... Luego de unos
instantes, otra mujer, quizás una enfermera, lo tomó y lo llevó a un costado de
la habitación, donde mi pichichen (en mapudungun, pequeño niño amado) comenzó a
llorar: desnudo y recién parido fue pesado, medido, vacunado, etc. etc., todas
esas cosas que solo un doctor podría considerar urgentes, más importantes que
un largo abrazo entre un recién nacido y su mamá. Tuve que contentarme con que
mi pareja lo acompañara. Después de ese ritual médico, lo envolvieron en
pañales de tela y lo pusieron sobre mi pecho, el momento luminoso, cósmicamente
infinito, en que nos miramos a los ojos por primera vez... ES HERMOSO... LO AMO... ninguna otra idea o
sentimiento se presentó... YO SOY TU MAMÁ... TE AMO... gracias, gracias,
gracias...
Ahora se lo
iban a llevar a otra parte, pues en esta clínica la humanidad no daba para que madre
e hijo permanecieran juntos, sino hasta un par de horas después del parto, pero
yo había insistido tanto en que no me lo quitaran, que el doctor le pidió a la
enfermera que lo dejara mientras él cosía la episiotomía. Habrán sido 20
minutos, no sé exactamente, en que pude abrazar y mirar a mi guagua. Pero
terminó, la enfermera lo tomó y se lo
llevó como si nada, como si fuera lo mejor que se podía hacer por ese bebé en
ese momento.
Yo quedé unos
minutos sola en ese raro lugar, hasta que un hombre me llevó en otra camilla a
la sala de recuperación. Ahí se me acabó el estoicismo. Se trataba de una sala
con muchas camillas, una al lado de otra, donde yacían muchas madres en
diversas condiciones. Encontré que todas parecían haber pasado por algo peor
que mi parto, pero quizás yo también me veía así, con la dignidad y el cuerpo medio
atropellado. Ninguna tenía a su bebé, habían pasado quizás cuántas horas de
esfuerzo, desgarrado su cuerpo y su corazón, y no podían tener a su hijo en
brazos. Se escuchaba, proveniente de alguna sala cercana, muchas guaguas
llorando, todas al mismo tiempo, ¿cuántas serán?, ¿cuál es la mía?, ¿por qué
nos hacen pasar por esto? es totalmente innecesario, es totalmente inhumano.
Esta situación debe haber durado más de una hora. A cada rato venían a medirme
ya no sé qué cosa, y yo lo único que quería era salir de ahí, tomar a mi guagua
y llevármela a mi casa.
Cuando alrededor
de las doce de la noche me llevaron a la que sería mi habitación compartida por
tres días, me encontré nuevamente sola, sin mamá, sin pareja, sin guagua. Estuve
muy nerviosa, se demoraron bastante en traer a mi bebé, y cuando finalmente
llegó, fue en una cuna-carro, acompañado de dos mujeres. “Buenas noches, soy la
matrona de turno, vengo a darle explicaciones por las heridas de su hijo...”
Sentí que me desvanecía, miedo, mareo, me bajó la presión... pero se
trataba de unos rasguños en la cabeza, nada más, “su hijo está bien, y de hecho
viene con mucha hambre”. La matrona literalmente me lo enchufó en la teta y él
se puso a mamar desesperado. Al día siguiente, supe que las heridas fueron
causadas por la matrona que atendió mi parto, cuando decidió romper el saco
amniótico con una pequeña herramienta cortante.
Yo estaba confundida, nada era como pensaba, todavía no me reponía del pánico y mi guagua ya estaba mamando, sin que yo hubiera alcanzado a pensar ni sentir nada. Yo tenía demasiada hambre, no comía hace muchísimas horas. Para él debió haber sido igual, supongo: obscuridad, luz, llorar, llorar, hasta que de repente, no sabe cómo, el pecho de su mamá, había que beber lo más posible.
Yo estaba confundida, nada era como pensaba, todavía no me reponía del pánico y mi guagua ya estaba mamando, sin que yo hubiera alcanzado a pensar ni sentir nada. Yo tenía demasiada hambre, no comía hace muchísimas horas. Para él debió haber sido igual, supongo: obscuridad, luz, llorar, llorar, hasta que de repente, no sabe cómo, el pecho de su mamá, había que beber lo más posible.
Este relato es
tan común como los hospitales, tan cotidiano como nacer, miles y miles de
mujeres lo viven todos los días. No es que yo tuviera “mala suerte”. Como toda fábrica, el proceso se
despersonaliza totalmente, se deshumaniza, se convierte en una serie de pasos
cumplidos con una técnica impecable, implacable. Cuando lo volvemos a mirar
desde el amor, desde la ternura que somos capaces de sentir por y entregar a
nuestros hijos/as, aparece en primer plano la brutalidad del parir/nacer bajo
ese régimen. ¿Por qué no denunciamos? Porque, después de todo lo que pasamos,
que nos entreguen al bebé vivo y sano parece un milagro que se agradece
infinitamente; porque durante los primeros meses de crianza apenas hay tiempo
para tomar una ducha, mucho menos para entablar una demanda; porque es lo que
se ha instalado como normalidad, y hasta las mujeres que nos rodean nos dirán
“estupendo parto”. Pero basta, tenemos que aprender que el parir/nacer con amor
y en libertad es nuestro derecho, es vida y salud de verdad.
Por Consuelo Hayden
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarTocaste completamente el sufrimiento más intimo y guardado que tenemos las madres, al menos para mi una de las penas y violaciones más grandes. Es mi bebe y no se me deja decidir sobre mi cuerpo sólo por que ellos estan apurados por cobrar sus cheques. Realmente lo que menos importa para ellos es la maternidad. Recuerdo bien en mi segundo parto cómo se me prohibio gritar... yo ocupaba mi grito como ultimo recurso despues de haber sido una y otra vez atropellada con tanto "tacto" recuerdo el dolor que sentia cuando daban vuelta a mi bebita y yo tratando de no pujar, por que te lo exigen cómo si una pudiese controlar eso... el bebe decide cuando salir, no los doctores o matronas que nos tratan como si estubiesemos siendo adobadas... es verdad esos pequeños instantes junto a nuestro bebe en el parto borra todo pero el truma que los doctores y matronas provocanes invorrable.
ResponderEliminarTania, gracias por tu comentario, ¿cómo podemos sanar esta pena y violación? Para mí escribirlo ha sido un gran paso, y que otras mujeres, como tú, se identifiquen con el relato, me hace comprobar que es un malestar colectivo y que podemos unirnos para decir ¡basta de bisturí! ¡el parto es nuestro!
ResponderEliminarconsuelo, me ha emocionado mucho tu relato. como sabes yo aún no he tenido hijxs, pero al menos unx me gustaría.
ResponderEliminar¿puedo tenerlo rodeada de ustedes en una casa bonita y tranquila?
faltan dos meses para que nos encontremos y podamos hablar. te quiero
Lo importante es poder expresarlo y perdonarse a una misma y a su cuerpo. Concienciarse de lo sucedido es muy importante, desculpabilizarse también. Tampoco se trata de culpar a todo el sistema hospitalario, hace años ya funcionan así. Hay que hacer esta reflexión sobre lo que le sucedió a una para poder sembrar la semilla, que otras madres y futuras parturientas puedan informarse y saber la importancia de empoderarse del propio cuerpo, de los propios nacimientos.
ResponderEliminarCreo que la propia sanación está en la información, en el conocimiento, en el compartir experiencias, el rodearse de personas que valoran y defienden la recuperación de un parto respetuoso con la guagua, con la madre, con sus cuerpos y sus tiempos, con sus sabidurías, sus naturalezas, su conjunción infinita.
Yo tuve la suerte de poder sanar mi experiencia de parto con un segundo parto, natural y respetado, rodeado de amor, acompañamiento, sabiduría y fuerza de la naturaleza. Y sigo sanando compartiendo mi experiencia con otras mujeres, haciéndolas conscientes de su poder y magia al momento de parir, intentando sembrar más amor en este momento inolvidable para nuestras historias de mujer.
Gracias Stephanie. Cuando quieras puedes compartir tu experiencia o reflexiones en este blog. Pronto inauguraremos la sección "Co-Madre Invitada", para, como tu dices, seguir sembrando la semilla de empoderamiento...
EliminarSaludos
Consuelo