martes, 29 de abril de 2014

En el centro de la vía láctea



“...Parece que siempre hubiera que corregir a la naturaleza, corregir una mala práctica (mala costumbre, mala crianza, vicio, maña, ignorancia...) nuestra o de nuestro bebé. Se nos exige seguir al pie de la letra un estricto control externo de algo tan íntimo como la lactancia, donde confluyen instintos, amor y cultura.”  Por Consuelo Hayden

Luego del parto, la lactancia es uno de los temas que más preocupa a las madres. Cuando una es madre primeriza, parece algo muy difícil, te llenas de dudas, te preguntas si lo estás haciendo bien, si tienes suficiente leche, si le das demasiada, si es de “buena calidad”, etc. Esto tiene directa relación conla gran cantidad de mandamientos (normas, pautas, recomendaciones, “información científica”) que las mamás recibimos de parte de doctoras y doctores (además de las personas que nos rodean, que muchas veces repiten eso mismo). Parece que siempre hubiera que corregir a la naturaleza, corregir una mala práctica (mala costumbre, mala crianza, vicio, maña, ignorancia...) nuestra o de nuestro bebé. Se nos exige seguir al pie de la letra un estricto control externo de algo tan íntimo como la lactancia, donde confluyen instintos, amor y cultura.

En una reciente visita a un ginecólogo, cuando mi hijo había cumplido un año de edad, le expliqué que yo no había tenido periodo menstrual desde que quedé embarazada, que ya iban a ser casi dos (gloriosos) años sin “regla”, y que pensaba que seguramente respondía a que yo aún le daba pecho a mi hijo, aunque no estaba segura de si era normal, habiendo pasado tanto tiempo desde su nacimiento. Sin pensarlo demasiado, me respondió “bueno, lo normal es que al año de vida ya el bebé esté comiendo y haya dejado la leche materna...” ¡Había entendido mal mi pregunta! Solo por curiosidad y, la verdad, también apostando a que me diría alguna sabrosa barbaridad  para contarles a mis comadres, lo dejé hablar: “...lo normal es que a los seis meses aprendan a comer y ya a los ocho meses hayan reducido bastante la toma de leche materna, hasta eliminarla... Al año de edad ya han asomado sus dientes y los microorganismos que producen las caries pueden generar infecciones en el pezón de la madre, por lo que no es muy recomendable prolongar la lactancia...”  No hubo ninguna mención a la recomendación de la OMS de dar a los bebés leche materna hasta por lo menos los dos años de vida. Qué gracioso, ¿cómo se le ocurre pensar que le preguntaría a él, hombre, ginecólogo, si acaso era normal que le diera leche a mi guagua pasado el año de edad?

No era la primera vez que me topaba con ese tipo de rarezas del “conocimiento” médico sobre la lactancia. En el primer control pediátrico de mi bebé, el doctor fue tajante: “eso de que lo que come la madre se traspasa a la leche es totalmente falso, no hay ninguna prueba científica al respecto”; al contrario, según él, se habría establecido que es la madre la que, cuando siente que algo le cae mal, piensa que a su bebé también y le traspasa anímicamente el malestar... Así de simple, un par experimentos científicos habría descartado siglos de experiencia materna. El doctor debería haber visto las caras que ponía mi guagua la vez que me comí sola 250 gr de aceitunas rellenas de ají rocoto.  

La pediatra que nos atendió los primeros meses de vida tenía una visión muy estricta sobre la lactancia. Había que controlar los minutos de la toma: primero 10 o 15 minutos por pecho; a los dos meses, de 8 a 10 minutos; a los tres meses, no más de 5 minutos por lado... teta express. También había que establecer prontamente los horarios de alimentación: a los dos meses darle pecho cada tres horas; a los cuatro meses, nunca antes de cuatro horas. ¿Para qué?, “para que coma igual que nosotros”, ¿y si le da hambre?, “Que llore, se acostumbrará. ¡No cedas ni un minuto!”. ¡Pero, si ni yo aguanto más de tres horas sin comer! Además, Camilo lloraba y de mis pechos salían inmediatamente chorros de leche. Sería una gran pérdida que la naturaleza, en su ingenuidad, no había calculado...

Pero, “en todas partes se cuecen habas”. Busqué una doctora que se acercara más a la crianza natural. Pediatra, homeópata y ayurvédica, sus consejos de alimentación siempre me han parecido  equilibrados, excepto una vez que me sorprendió con lo siguiente, cuando mi hijo tenía un año y un mes: “él es un niño ya, si le das pecho durante la noche, pensará que todavía es un bebé y retrasarás su maduración, él tiene que superar esa etapa y tú no lo estás dejando...” O sea que mi leche, bebida durante la noche, lejos de hacerlo crecer ¡¿lo hacía retroceder?!

En mi último encuentro con un doctor, no pude aguantar la risa. Era nuestra primera consulta. Al enterarse de que mi hijo tenía un año y tres meses, y que yo le daba pecho, puso cara de sorpresa y de reproche, “¿no te parece que ya está muy grande?”. A diferencia de mis anteriores experiencias, decidí contestar cada uno de sus “mandamientos”; después de todo, yo llevaba más de un año amamantando y el jamás en su vida había producido ni una gota de leche. En pocos minutos, dijo de todo: que la lactancia prolongada era para los países del tercer mundo, que lactancia y apego no tenían ninguna relación después de los primeros meses de vida, que no le alimenta, que no lo necesita, que no hay ninguna diferencia entre la leche materna y el relleno, etcétera, etcétera. Yo, a la vez que lo escuchaba y le contestaba (y que me reía), observé la absoluta calma y seriedad con que hablaba, y cómo utilizaba frases como “no hay ningún estudio científico que diga que...”, “se ha probado científicamente que...”, “es un mito que...”, “se ha descartado que...”. Hablábamos desde matrices muy diferentes, y él se sentía blindado por la ciencia. Parecía que nunca lo hubieran cuestionado. A los 15 minutos de conversación, viendo que yo no me conmovía con sus revelaciones, declaró que había que evaluar si acaso mi “tema” con la lactancia respondía a un rasgo obsesivo-compulsivo. Casi me hizo sonrojar su ignorancia y la evidente bajeza de su estrategia.

Sin embargo, de este encuentro puedo decir que salí feliz. Me sentí fuerte y segura de lo que hacía. Valoré mi experiencia, mis decisiones y la salud y alegría de mi bebé. Sentí que caminaba por mi propia vía láctea.

Desde una ciencia más crítica, la lactancia es considerada parte de nuestra vida sexual, y en esta el bebé y la madre encuentran placer y conexión emocional, ¡hasta trascendencia! (Si no, pregúntenle a Michel O’Dent). Creo que, para que como madres podamos explorar estas y otras dimensiones de la lactancia, necesitamos saber y sentir que yo y mi bebé estamos en el centro de esta experiencia. Prácticamente toda ­-si no es toda- la información que necesitamos viene de nuestros cuerpos (madre e hijo) y de su íntima comunicación; del conocimiento de las mujeres que nos rodean; y de las decisiones que cada una de nosotras puede tomar desde esta posición. 

Consuelo Hayden

4 comentarios:

  1. Ay... Con los pediatras y ginecólogos... Da para tanto....
    Yo llevo 41 meses sin periodo, de los cuales 32 meses de lactancia y 12 meses en Tándem. Osea ese historial estoy para que me internen en el manicomio. jajajaja.....
    Yo me siento poderosa, fuerte, hermosa y plena. Y veo a mis hijos felices, nutridos e hidratados.
    Lo más importante es la conexión y el amor Madre - Hijo como quieran y donde quieran.
    Un beso

    Mamá Arcoiris

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  2. Fernanda.. eres genial!

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  3. Mirra? Eres.tu?. Gracias bonita. Esta columna es genial y es de mi amiga y compañera de blog (también chilena) Consuelo Hayden!!!

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  4. Interesante artículo y muy interesante mamá. Felicitaciones.

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