Pocas veces tenemos la posibilidad de acercarnos al amor maternal de las mujeres de otras culturas. ¿Imaginamos quizás que es igual al nuestro, y por lo tanto, no hay mucho que observar? ¿O quizás pensamos que, como madres, ellas están sujetas a un sinnúmero de deberes tradicionales, que poco tienen que ver con nuestra maternidad "moderna", "emancipada"?
Mirar otras maternidades, maternidades "otras", de culturas diferentes, desde la vivencia de nuestra propia maternidad, nos da un momento de reconocimiento y autoreconocimiento, de ver(nos) más allá de tiempos y espacios, y conectarnos con esa ternura, en sus más diversas dimensiones, formas, colores y luces.
Por Consuelo Hayden
Por Consuelo Hayden
A principios del siglo XX, el compositor y musicólogo Carlos Isamitt recogió testimonios, observó y registró la vida diaria e íntima de familias mapuche del sur de Chile y nos dejó algunas joyas –actitudes, miradas, cantos, intenciones– que hoy nos muestran una dimensión fundamental de la crianza. No olvidemos sí, que quien nos habla es Isamitt, que aunque tiene una extraordinaria sensibilidad, es un hombre occidental y de su tiempo.
Acá sus palabras:
“De todos los cantos de cuna, de
colecciones folklóricas italianas, francesas, españolas, que he conocido,
ninguno he encontrado más sobrio y de una expresión de ternura más concentrada
y rendida que este 'Umaq ül pichiche en'.
Una incursión detenida y atenta a
través de la vida mapuche puede demostrarnos que la realidad de esta obra
popular ha sido condicionada por costumbres, reacciones, aspiraciones que
forman la atmósfera propia de la mujer araucana.
Las mujeres ejercitan una
actividad continuada en los más diversos trabajos, tienen por esto, pocos instantes
para dedicarles al niño. De ahí tal vez, que ellos vengan a ser como un descanso
u ocasión propicia para un contraste y complemento de dulzura, a la rudeza del trabajo cotidiano.
Mr. Walter Dugham, observador
cariñoso de los indígenas, jefe de la maravillosa escuela práctica agrícola que
sin ningún apoyo fiscal, la Misión Araucana mantiene en Maquehue, contándome
algunas de sus sorpresas en el contacto con los araucanos, me daba a conocer
costumbres relacionadas con los sentimientos maternales. Yendo una vez de
Temuco a Tranawillín, se encontró en el camino un hombre que llevaba un huemul
muerto, lo compró e hizo que lo transportaran a su casa. Muchos mapuches vieron pasar al hombre con el
delicado animalito sobre sus hombros; salieron de todas las rukas, los ojos
ávidos y permanecieron mirando asombrados. Al día siguiente, en la casa se
procedió a sacar cuidadosamente el cuero del huemul; luego comenzaron a llegar
muchas mapuches con su andar lento, acentuado por el suave tintineo de sus
“puin puin” (figuritas colgantes) y de los engarces de sus platerías. Se
acercaron tímidamente insinuando se les diera algún pedacito del “pusho piuke”
(pusho=huemul, piuke=corazón). ¿Para qué? –preguntó él– y las madres mapuches
contestaron dulcemente “para darlo a comer a nuestro niños para que así tengan
ellos también el corazón tierno”. Sorprendido el amigo hizo repartir el corazón
del huemul, y muchas madres volvieron ese día a sus rukas con la alegría íntima
y silenciosa de llevar consigo la seguridad de hacer florecer en sus hijos
pequeños la ternura, la mansedumbre, la delicadeza y todas las virtudes que las
madres ansían tan profundamente como belleza del corazón del hombre.
Algunas anotaciones recogidas en
una reducción bastante lejana a la anterior, en “Rulo”, a orillas del río imperial, vino a
evidenciarme la extensión de esta costumbre entre los araucanos.
A fin de no restar saber de
ambiente, nos asomaremos, con un pequeño esfuerzo de imaginación, a la escena
que registran los apuntes directos. “El fuego arde chisporroteando en el centro
de la ruka; del gran tizón del canelo, las llamas cabrilleantes como si no
fueran a concluir nunca (...). Sentada sobre un cuero, una mujer joven hace
bailar el huso y va hilando una hebra blanca. Un gato y un perro echados a un
lado. Cerca del tizón, los pies desnudos de la joven araucana muestran las
pequeñas concavidades de sus plantas a las llamas movedizas, y en otro lado, en
un pequeño banco de madera, mamando ansioso, enterrada la cabecita en la
abertura del “chamal”, perdida toda visión del mundo, saborea un niño la
felicidad en el pecho de su madre. La dulzura blanca que va penetrando en sus
entrañas lo adormece. Sombras por los rincones, sombras por todas partes, como
los bosques cercanos. Los animales dormitan, el niño con los párpados cerrados,
chupando... chupando... Sólo los ojos de las mujeres recogen el brillo de las
llamas vivas.
El niño se ha dormido con el
pecho entre sus labios apretados, como un animalito lleno de gracia. La madre
lo devora con sus ojos en llamas, la conciencia agradada. Abre una bolsita de
cuero, saca de su interior un envoltorio de trapos blancos, quita unas amarras
de lana roja y desenvuelve con cuidado una patita reseca y un trozo de cuero de
huemul guardados desde mucho tiempo; levanta las ropas y comienza a pasar la
patita reseca por el cuerpo del niño dormido.
El pelo del animalito va rozando suavemente el pecho niño, sus ojos, su
boca, su frente... La mano de la madre se va alivianando con el ardor de la
llama interior. De su actitud y de sus ojos se escapa un canto delicadísimo de
fé (sic.) ingenua, de esperanzas y de ternura humanas. ¡Duerme mi pichiche, has
de ser tan bueno, tan tierno, como el corazón de este animalito! “Duerme,
duerme!... has de ser humilde, honrado y cariñoso, inofensivo como su corazón!
Mi pichiche!... tierno, inofensivo y humilde porque es tierno, inofensivo y
humilde el corazón de este animalito”.
El canto suplicante de la ingenua
ternura arde en la ruka triste como las llamas del gran tizón que se consume y
junto al humo negro, una claridad de conciencia sale de la ruka buscando las
estrellas.”
Esta intensidad emocional que
sorprende en estas costumbres mapuches, esta delicadeza y sinceridad de
aspiraciones que no se advierten aun con tanta uniformidad en las demás gentes
de nuestro pueblo, son las mismas que han logrado cristalizarse en las melodías
de sus 'Umaq ül'."
Carlos Isamitt anota un ejemplo de Umaq
ül recitado, que las madres dicen a los niños cuando estos lloran:
“Küpai nüru que viene el zorro
je pai a fei meu puede venir a
buscarte
umuntunge mai duérmete pues
je paia fei meu puede venir
a buscarte
ta nürü el zorro
umuntunge mai duérmete pues
fente gumange deja de llorar
kollon ta küpai a fui que viene el kollon
inche kudu payan yo también voy a venir a
acostarme
rügal kütral künumeyan después de enterrar el
tizón que está ardiendo”
Isamitt, Carlos: "Apuntes sobre nuestro folklore musical".
Revista Aulos N° 4, enero - febrero
de 1933, pp. 3-6