Un
hombre- no puedo llamarlo señor o caballero pues es mucho para él, a quien además
no voy a mencionar pues no merece más publicidad- encendió las redes sociales al
calificar a la diputada Camila Vallejo de elitista por llevar a su hija a
trabajar y la mandó a contratar una "nana".
Lógicamente
este incidente no hizo esperar las respuestas. La propia diputada trató al tipo
de "machista recalcitrante", al tiempo que destacó la necesidad de
avanzar en la conciliación de trabajo y p/maternidad, como un derecho de
mujeres, hombres y niños.
Yo, como
madre trabajadora, he llevado a mi hijo Salvador al trabajo muchas veces. Mi
compañero también lo ha hecho. No lo hacemos a diario, lógicamente, pero a
veces, cuando está enfermo, hay paros de sus educadores y nuestra red familiar
no está para ayudarnos, lo hemos llevado a trabajar.
Esto no
tiene nada de extraño para mi u otras compañeras y compañeros de trabajo que en
ciertas ocasiones llevan a sus hijos al trabajo, ya sea a esperar luego del
colegio, a ser trasladados a otro lugar o a estar ahí todo el día.
Entonces,
el señor del tuit mencionado al calificar de elitista la acción de la Diputada
Vallejo, no sólo muestra un machismo cavernario, sino que principalmente su
propia calidad de elite, ya que para quienes somos parte de la clase trabajadora,
llevar a nuestros hijos al trabajo no tiene nada del otro mundo y es
simplemente un reflejo de algo más: el mercado del trabajo no está configurado
para compatibilizar con la vida, ya sea ésta con hijos o sea sin ellos.
Numerosos estudios hablan del poco espacio y tiempo de ocio y
esparcimiento de trabajadores y trabajadoras, hace pocos días nada más se
evidenciaba que Chile es el tercer país de la OCDE con más horas de trabajo.
Esto, sumado a los extensos tiempos de traslado en las grandes ciudades, merma
la calidad de vida de cualquier trabajador o trabajadora, sin duda. Pero cuando
a esto se le agrega la crianza, entonces no solo se merma la calidad de vida de
un trabajador, sino que se reproduce en la niñez.
Muchas
veces escuchamos que se “vive para trabajar” cuando se debería avanzar en “trabajar
para vivir” y al enfrentarse a la situación de la crianza y la p/maternidad
esto se hace más patente. Los horarios de trabajo y lugares de estudio nos
hacen pasar poco menos de 4 horas diarios con nuestros pequeños y pequeñas, y
en casos en los que los lugares de trabajo quedan alejados del hogar, estos
tiempos se hacen cada vez más cortos.
El
mercado del trabajo no solo está hecho para la explotación de unos pocos sobre
unos muchos, sino que además está pensado en los ciclos de los hombres de
inicio de la modernidad, aquellos que no se hacían parte activa de la crianza,
que eran proveedores dedicados al espacio público y donde las esposas- madres
se encargaban del espacio privado de manera exclusiva.
Así, al
ingresar la mujer al mundo del trabajo, ya sea por la obligatoriedad dada por
las guerras o por la emancipación de la mujer del mundo privado del hogar, el
mercado laboral y las economías no se adaptan a la humanidad de sus nuevas
integrantes, sino que hace que esta masculinice sus ciclos. De esta manera, las
mujeres en edad fértil son una carga, las embarazadas tiene escaso tiempo de
descanso, las lactantes impedimentos para ejercer la lactancia y las en etapa
de criar deben dejar a sus hijos al cuidado de terceros.
Mientras
se desarrollan en las sociedades del siglo XX importantes cambios que hacen
que, al menos en lo formal, la mujer ya no sea considerada exclusivamente sujeto
de deberes maternales y hogareños, sino que de derechos como la educación, la
participación política, el perfeccionamiento y el empleo digno, las economías y
el mercado del trabajo parecen quedar inmutables, con las mismas restricciones,
horarios de trabajo y avanzando en legislaciones que enfrentan la crianza como
un deber de la mujer, pero no como un derecho de niños y niñas y obviando la corresponsabilidad
en la crianza entre padre y madre.
Creo
fervientemente en la crianza colectiva y en avanzar en espacios laborales no
más “amigables” o “amables” como llaman las teorías de administración de
personal, sino que simplemente más humanos.
Algunos
argumentarán quizás que los lugares de trabajo no son espacios para los niños o
niñas- que muchas veces serán los mismos que creen que los niños no deberían
ser llevados a algunos restoranes o que los padres no saben “controlar” a sus
hijos, como si estos fueran aparatos tecnológicos que se configuran y no seres
humanos en formación- , frente a ese argumento respondo que en la actualidad la
mayoría de los espacios de trabajo no son aptos ni siquiera para los y las
adultas, y humanizarlos es tarea de todos.
Quienes
creemos en un país, una sociedad y un mundo distinto, centrado en el ser humano
y sus necesidades y no en el mercado y sus ofertas y demandas, entendemos que
esa construcción tiene diferentes matices y líneas, y en ellas el camino hacia
una crianza con apego que forme ciudadanos integrales va de la mano con un
nuevo mundo del trabajo, donde integrar a los hijos en la vida no deje con los
pelos de punta a los neoliberales, sino que sea parte del día a día.
Así, las
“Adelas” y los “Salvadores” seguirán proliferando, humanizando un mundo del
trabajo duro, poniendo en el centro al ser humano y evidenciando el motivo
central por el que el trabajo existe: la prevalencia digna de la vida misma.
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