domingo, 30 de marzo de 2014

Disyuntiva "real": La tolerancia empieza por casa.

Mi hija quiere ser princesa. Sueña con tener el pelo largo, peinados bellos, coronas y vestidos. Y yo... yo quería una hija "tres cocos" como decía mi abuela. Por Millaray Neira A. 

Mi hija aprendió primero a distinguir el rosado de cualquier otro color.

Siempre lleva pañuelos, toallas o paños de cocina en el pelo para que parezca “pelo largo”. Cada mañana pelea conmigo porque, aunque llueva o truene, sólo quiere usar vestidos.

Y yo... yo quería una "tres cocos" como decía mi abuela. Soñaba con que trepara árboles a velocidad del rayo, que se revolcara en barro o corriera tras una pelota. Mi estereotipo infantil de la rebeldía femenina.
Enfrentada a la diferencia, surgieron ante mí las contradicciones de las ideas con la realidad. Puesto que en mi discurso y en mi mente era primordial que, en mi rol de madre, debía educar con valores pluralistas, tolerancia y defensa de la diversidad.
Discurso que se estremeció al ver a mi hija cumpliendo con todos los estereotipos clásicos femeninos, que abiertamente eran centro de mi burla.
No fue fácil darme cuenta de que para educar en tolerancia primero debo partir por mí.
Qué no hice por derrotar el estereotipo de princesa sin lograrlo, hasta que un día me di cuenta que la equivocada era yo.
Recordé que por sobretodo, soñaba con una hija libre e independiente, preparada para un mundo pluralista y, por supuesto, soñaba con mi hija FELIZ.
Nuestros hijos no son nuestra propiedad ni son arcilla para modelar. Son seres pensantes y únicos, que necesitan de nuestra protección y amor. No debo creer que mis hijas son sujetos de derecho, sino que debo practicarlo.
Y hoy mi hija ya no quiere ser princesa... ahora lo es, y ¿saben? ella y yo nos sentimos felices con eso.

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