Hace
cuatro años nació mi hijo. Con él vinieron cambios, nuevos conocimientos y
especialidades, nuevos roles y caminos. Hasta hoy mi hijo me muestra nuevas
maneras de ver la vida, me abrió una nueva forma de enfrentar la revolución con
la crianza rebelde. Asimismo, cada día nos impone desafíos: con mañas y
pataletas nos muestra que la vida no es perfecta, pero luego, con sus
declaraciones de amor, nos re-muestra que la vida está hecha de momentos que te
pueden hacer inmensamente feliz, si tienes los ojos bien abiertos para
tomarlos. // Por Danae Prado C.
Hace
muchos años en un largo y contundente carrete con amigos, a eso de 4 de la
mañana se inició un debate: ¿es el instinto maternal real o cultural?
Yo,
emancipada mujer comunacha, sostuve con
ahínco que el instinto maternal era una farsa creada por el patriarcado falo
céntrico del capital. Así, con esas palabras. Cuando nació mi hijo, la duda
volvió a mi cabeza y a 4 años de su nacimiento lo sigo pensando.
Mi
Salvador Antonio nació el 28 de marzo del 2010, pero meses antes ya había
comenzado a dar vueltas mi vida. Mi hijo fue una decisión consciente, basada en
el amor que con mi compañero nos profesamos y decidimos en conjunto iniciar
“campaña”, dejar de tomar anticonceptivos y buscar quedar embarazados.
En
poco menos de dos meses resultó el embarazo y la vida tal como la conocíamos se
volvió loca.
Mucho
tiempo afirmé que el instinto maternal es algo cultural y no existe como
instinto. Tras 4 años de maternidad puedo decir que sigo creyendo que la
maternidad es algo cultural, pero que también hay mucho que la madre naturaleza
te susurra al oído cuando menos lo piensas.
Siendo
madre de Salvador he reafirmado que la mujer no es un ser que por mandato
divino está destinado a ser una madre amorosa y que se completa en la
maternidad. Muchas veces he estado a un paso de salir de mis casillas, de no
tolerar golpes de maña de mi enano y retarlo más de la cuenta. Aquí, el cuente
hasta 10 para calmarse toma una nueva dimensión que ayuda mucho más de lo que
piensan.
Mi
hijo me ha mostrado una nueva manera de ver la vida, mi vida. Soy una mujer
comunista desde que tengo uso de razón. Así me crió mi madre comunista (hoy
budista) y así lo confirmé en mi adolescencia al conocer ideológicamente el marxismo.
En
mis 15 años de militancia vi muchas mujeres destacadas que desaparecían de la
política cuando quedaban embarazadas. Siempre cuestioné aquello. Pero al nacer
mi hijo hubo un cordón umbilical invisible que hizo que mi atención estuviera
centrada solamente en ese proceso de crecimiento personal que era conocer a
este otro ser nacido de mí y mi compañero, y de aprender a ser madre.
Hubo
entonces una decisión consciente de dejar de lado mucho que había caminado en
política, profesión, amistad y concentrarme solamente en el cuidado y conocimiento
de mi hijo.
Con
el tiempo, eso fue mutando y la mujer- profesional - militante comenzó a pedir a
gritos mayor espacio en mi mundo. Volví al trabajo, volví a la militancia,
volví a la vida, pero en una nueva vida.
En
ese camino de unificación de las distintas dimensiones que me conforman nació
lo que llamamos crianza rebelde, que sintetiza una profunda premisa: criar en
amor y apego es un aporte a formar seres humanos complejos y completos para
enfrentar un mundo mejor.
La
maternidad no es color de rosa. La discriminación hacia la mujer no deja de
existir. Los niños no son santos sin inconvenientes. El mundo del trabajo no se
adapta a la maternidad y mucho menos a la paternidad. La revolución social por
un mundo mejor obvia la situación de la crianza. Queda mucho por hacer.
En
ese camino, Salvador me acompaña con sus rulos, su risa de dientes de perla y
sus eternas preguntas. Mi hijo me enseña en cada paso e impone desafíos que
abren nuevas interrogantes.
Hace
cuatro años nació Salvador Antonio. Con 3 kilos 360 gramos y 52 centímetros
parió consigo una madre, un padre, una tribu de abuelas, ti@s y amig@s; parió una
revolución.
Imagen: Maternidad, bordado de Paz
No hay comentarios:
Publicar un comentario